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  • Foto del escritorAgustín Méndez Ferrín

Ella

Actualizado: 6 jul 2019


Ella es la mujer más hermosa que alguna vez ha existido. Todas las personas, independientemente de su sexualidad, se enamoran de su belleza. Pero, por intereses de gente poderosa, la están matando.


No es por una cuestión de empatía, si no por puro egoísmo, que busco protegerla. Necesito poder observarla, apreciarla, amarla, hasta el último de mis días, para sentirme completo. Dependo de Ella, ya que sin duda es lo que me hace ser.


¿Quién es alguien que pierde lo que lo hace ser? No es. No es nada, ni nadie. Es un vacío que no puede ser llenado. Sin Ella, yo no podría escribir, ya que me inspira. No podría llorar con su magia que emociona, ni sufrir por los recuerdos que me provoca su mirada. No podría vivir, ya que me mantiene y alimenta mi mar de emociones que erosionan mi ser y le dan forma. Yo soy yo porque Ella es ella, y si ya no lo es, yo ya no soy. Por eso no puedo dejar que la lastimen, que la maten.


Esa mañana fue igual de repetitiva que las otras. Me levanté luego de haber dormido poco debido a mis problemas de conciliar el sueño. Pero lo hice de buen humor, porque Ella, como es habitual, me cantaba una dulce canción mientras merendaba su comida. El camino hacia el trabajo lo hice a su lado, agradecido del privilegio de tenerla conmigo. Sin embargo, la noté un tanto extraña, algo no cuadraba en su actitud ni en su mirada. No le di mucha importancia; todos podemos tener un mal día, levantarnos con el pie izquierdo o recordar una inconveniente pasado. La saludé como de costumbre, y la perdí de vista para sumirme en el aburrido mundo laboral que la sociedad exige que haga.


Al salir, mi corazón dio un salto y mis ojos comenzaron a lagrimear. No estaba allí, esperándome como siempre lo ha hecho. Aterrorizado, comencé a caminar, sintiéndome perdido y solo, buscándola. Sin Ella, mis ojos comenzaron a ver lo que nunca vieron. El camino que siempre disfruté a su lado ahora estaba cubierto de humo, sangre y desolación. En algún punto del viaje, comencé a escuchar sus gritos, sus súplicas de ayuda me acorralaban en todas direcciones. No sabía dónde ir, donde buscarla. Lo que siempre di por hecho que iba a estar ahora me faltaba, y con su falta el mundo se había vuelto un infierno.


Entre el humo, logré dar con la puerta de mi casa, y me refugié de los horrores que sucedían en el exterior. Al entrar, vi mi escritorio, y arriba del mismo una foto suya. Siempre fue mi inspiración, lo que abre las puertas para que fluyan mis emociones y pensamientos, así la tinta los puede traducir al papel. Sólo me queda esa foto para recordar su belleza.


No pude cenar, ya que Ella era la que me proporcionaba la comida. Me quedé llorando en mi cama suplicando su vuelta. A lo lejos, a través de mi ventana y del humo, oía los sollozos de otras personas. Esto era algo generalizado, no estaba loco. La realidad se había transformado para siempre con su falta.


El infierno que se me presentó al salir ese día se convirtió en lo habitual. No puedo comer, trabajar ni dormir. No puedo escribir, no puedo disfrutar, no puedo ser. Me falta Ella, y, por ende, me falta todo.


Aquí me encuentro ahora, escribiendo esto, sabiendo que no me queda mucho tiempo de vida. Si alguien la encuentra, no la mate. Cuídela, ya que sin Ella no se puede vivir. Mientras tanto, sufro sabiendo que La Naturaleza se está muriendo, y que no puedo hacer nada para salvarla.



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